A falta de instituciones y contrapesos efectivos, en Nicaragua los periodistas nos hemos erigido como pilar de apoyo para instituciones, oposición y organizaciones civiles arrasadas por la represión de Ortega y Murillo.
Nunca antes habíamos tenido que hacer tantos malabares para seguir informando como en los últimos meses, tras la cancelación de los fondos de cooperación estadounidense, cruciales para sostener a Divergentes, un medio independiente nicaragüense que, debido a la represión sistemática de la dictadura de Ortega y Murillo, opera desde el exilio.
No es que no estemos acostumbrados a los malabares. En un régimen totalitario y represivo, ser periodista se convierte en un acto de resistencia constante. Cada día, equilibramos lo emocional, lo económico, la logística, la seguridad y la autocensura. La meta es clara: no dejar de publicar ni un solo día, mientras lidiamos con estos frentes, que se vuelven aún más complejos cuando nos encontramos en el exilio.
Desde 2018, el régimen Ortega-Murillo ha puesto a los periodistas nicaragüenses en su lista de enemigos prioritarios. Durante las protestas de ese año, los reporteros fueron esenciales para documentar los crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno, algo que sigue ocurriendo. Aunque el régimen ha desarticulado a la oposición, los partidos políticos, la sociedad civil, la Iglesia, las universidades y los organismos de derechos humanos, a los medios de comunicación aún no ha logrado exterminarlos por completo.
Sin embargo, la pareja “copresidencial” nos sigue golpeando donde más duele: han asesinado a un periodista, encarcelado, desaparecido y exiliado a más de 280 reporteros, directores y colaboradores de medios. Han criminalizado nuestra labor mediante la confiscación de redacciones y hogares, despojado nacionalidades, congelado cuentas, y perseguido a nuestras familias. A esto se suman la desaparición de los periódicos impresos (somos el único país del hemisferio occidental sin uno) y el reciente bloqueo de sitios web. Pero a pesar de todo, no hemos callado. Mantenemos la logística necesaria para seguir adelante con nuestras publicaciones en un contexto tan adverso.
Cuando estábamos en Nicaragua, vivíamos con la constante amenaza de un arresto, huyendo de un lugar a otro, con el temor de que nuestras familias se vieran afectadas por nuestra labor. Nos convertimos en parias, rechazados por quienes más amamos. Desde hace casi cinco años, hemos resistido desde el exilio, con el agravante de la precariedad económica, ya que Costa Rica es un país extremadamente caro. La precarización de nuestro oficio ha crecido, mientras observamos cómo la represión extraterritorial del régimen nos alcanza incluso fuera del país. La cooperación internacional fue vital para sortear este panorama, que se intensifica cada día.
Hablando sin rodeos, como decía Rubén Darío: “Ser sincero es ser potente”. Mantener un medio de comunicación independiente nunca había sido tan difícil como ahora, tras la reducción de los fondos internacionales, especialmente de Estados Unidos. Mantener un periodismo de investigación, riguroso y útil –que, por su naturaleza, es costoso– y con cada vez menos fuentes disponibles debido al miedo, es una tarea titánica. Además, el anonimato necesario para proteger las fuentes se ha vuelto una constante. Mientras tanto, en Divergentes, buscamos formas de sacar de Nicaragua a un periodista que, durante su tratamiento de cáncer, se vio asediado por la policía. Logramos traerlo a Costa Rica y ahora buscamos la manera de garantizarle sus quimioterapias mientras lo inscribimos en el seguro social tico.
En las últimas semanas, hemos tenido que prescindir de talentosos colaboradores. Es doloroso porque su recuperación será un reto y, sobre todo, porque ya casi no hay jóvenes interesados en ejercer este oficio de riesgo en Nicaragua. Muchos de nuestros colegas, al verse despojados de la cooperación internacional, han abandonado el periodismo para emplearse en trabajos informales como conductores de Uber, empleados en carnicerías, o buscando otros medios de sustento para sus familias, muchas de ellas con niños pequeños.
La pérdida de periodistas es una pérdida para toda la sociedad nicaragüense, para la región y para los mismos Estados Unidos. Se pierden voces valiosas que desenmascaran el autoritarismo y las dictaduras, que tienen repercusiones comunes, especialmente en lo relativo a la migración.
Uno de los principales argumentos para cerrar USAID es que los fondos otorgados no responden a los intereses de Estados Unidos. En nuestra experiencia, podemos afirmar con pruebas que somos esenciales para la estabilidad regional, la migración, los derechos humanos, y la democracia. En Nicaragua, los periodistas nos hemos convertido en el último pilar de apoyo para las instituciones, la oposición y las organizaciones civiles, ya devastadas por la represión. Les damos voz, alcance y hacemos visible su lucha a nivel nacional e internacional.
En Divergentes, hemos reportado sobre cómo los nicaragüenses no pueden ejercer su fe con libertad, sobre la relación de Ortega y Murillo con potencias antagónicas a Washington como Rusia, China e Irán, sobre cómo manipulan la migración como negocio para chantajear a Estados Unidos, y sobre el narcotráfico que ha incautado más dinero que cocaína en los últimos años. Pero más allá de eso, luchamos por defender principios fundamentales como la democracia, las libertades individuales, y sobre todo, la defensa de los derechos humanos.
Sin embargo, la administración Trump ha validado la estigmatización que hacen Ortega, Maduro y los Castro sobre los periodistas, acusándonos de ser “mercenarios” al servicio de Washington. Pero si fuese cierto, ¿por qué entonces nuestros colegas no están haciendo Uber ni buscando desesperadamente una vía para emigrar? Es obvio que los fondos de cooperación no nos han enriquecido, y la gestión de esos recursos siempre ha sido transparente y auditable.
Con la reducción de la cooperación, y al igual que los regímenes de Cuba y Venezuela, el gobierno de los EE. UU. ha contribuido a la estigmatización y represión de la prensa. Los dictadores ahora tienen la oportunidad de silenciar a los periodistas. La administración republicana le ha dado a Ortega y sus aliados lo que no lograron durante décadas: cerrar el espacio para el periodismo libre.
A pesar de todo esto, el periodismo sigue resistiendo. En Divergentes creemos que los regímenes totalitarios pasarán, pero el periodismo queda. Por eso, desde nuestra redacción, estamos buscando nuevas formas de seguir adelante. Monetizar de manera tradicional en Nicaragua es prácticamente imposible, especialmente cuando los empresarios temen a represalias del gobierno por publicitarse en medios independientes. No hay mercado suficiente para cobrar suscripciones, dado que la mayoría de las personas vive por debajo del umbral de la pobreza.
Por eso, hemos lanzado una campaña en busca de cómplices que nos ayuden a seguir denunciando e informando en este contexto hostil. Ya no solo somos un periodismo en resistencia, sino un periodismo que necesita reinventarse frente a las nuevas formas de consumir información y adaptarse a la realidad actual, donde las fuentes de cooperación internacional se están reduciendo y la desinformación se expande.
Nuestra campaña también busca concienciar a una Europa que enfrenta sus propios desafíos, como la invasión de Ucrania. El Atlántico que separa Centroamérica de Europa nunca ha sido tan amplio, sobre todo ante la amenaza de Putin. Sin embargo, los líderes europeos no deben olvidar que el trabajo de los periodistas es clave para entender lo que sucede en nuestra región, porque los efectos de la represión y la migración llegan también a Europa y a los Estados Unidos.
La campaña “Sé cómplice de la verdad” no busca vender noticias, sino recaudar fondos para seguir operando, reforzar la conexión con nuestra audiencia y crear una comunidad comprometida con el derecho a la información. El desafío es urgente y es un compromiso compartido por todos los que creemos en la libertad de prensa y en los derechos humanos.