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Iglesia Perseguida: Semana Santa silenciada, la fe nicaragüense bajo y constante asedio y persecución

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Queridos hermanos y hermanas en la fe,

Hoy me dirijo a ustedes con el corazón apesadumbrado, pero con la esperanza intacta en nuestro Señor. Como católico nicaragüense, siento una profunda tristeza y una indignación que no puedo callar. Este año, por culpa del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, no podremos celebrar las festividades de Semana Santa como lo hemos hecho siempre. Es algo repudiable, una herida abierta en el alma de nuestro pueblo que ama y vive su fe con devoción.

La Semana Santa es mucho más que una tradición para nosotros. Es el momento sagrado en que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, un tiempo de reflexión y renovación espiritual que nos une como comunidad. Durante generaciones, hemos llenado las calles con procesiones, hemos rezado juntos en las iglesias y hemos compartido la solemnidad de estos días con nuestras familias. Pero ahora, todo eso nos ha sido arrebatado. El régimen ha decidido pisotear nuestra libertad religiosa con restricciones crueles e injustas.

Las restricciones que nos oprimen

  • Prohibición de procesiones: Las calles, que antes resonaban con cánticos y oraciones, ahora están silenciadas. Las procesiones públicas, esas hermosas expresiones de fe con las imágenes de Cristo y la Virgen María, han sido prohibidas bajo el pretexto de “seguridad”.
  • Iglesias bajo amenaza: Muchas han sido cerradas o vigiladas por policías y paramilitares que intimidan a quienes se atreven a reunirse.
  • Persecución a sacerdotes: Nuestros líderes religiosos, valientes voces de justicia, han sido arrestados, exiliados o silenciados, dejando a la comunidad sin guía en estos tiempos oscuros.

Es vergonzoso que un gobierno dictatorial que se jacta de ser “cristiano y socialista” actúe con tanta hipocresía, aplastando los derechos más básicos de su pueblo. La libertad religiosa no es un lujo, es un derecho humano, y su violación es una afrenta que clama al cielo. Me duele ver cómo el miedo se ha instalado entre nosotros: miedo a rezar en público, miedo a que nuestros seres queridos sean señalados, miedo a perder lo poco que nos queda de dignidad.

Resistiendo en la fe

Sin embargo, no nos rendimos. En la intimidad de nuestros hogares, seguimos celebrando. Nos reunimos en secreto para rezar el rosario, para leer las Escrituras y para mantener viva la llama de nuestra fe. Los sacerdotes, con un coraje que me inspira, ofrecen misas a puerta cerrada, arriesgándolo todo por nosotros. Es una resistencia silenciosa, pero poderosa, un testimonio de que el espíritu del pueblo católico nicaragüense no se doblega ante la opresión.

Un llamado a la justicia

No puedo quedarme callado ante esta injusticia. Es repudiable que el dictador Daniel Ortega y compinche esposa y bruja Rosario Murillo, con su afán de control, nos roben la Semana Santa, que nos nieguen el derecho a vivir nuestra fe en paz. Por eso alzo mi voz: para que el mundo sepa lo que está pasando en Nicaragua, para que se escuchen nuestros gritos de auxilio, para que la comunidad internacional actúe y nos ayude a recuperar la libertad que nos han arrancado.

En estos días de prueba, me aferro a las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10). Nuestra fe no se apaga; se fortalece. Oremos por Nicaragua, por nuestros sacerdotes, por cada hermano y hermana que sufre bajo este régimen. Y no perdamos la esperanza de que pronto volveremos a celebrar la Semana Santa en libertad, con la alegría y la solemnidad que merece.

Que Dios bendiga a Nicaragua y a su pueblo. Amén.

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